En Cuévano y Pedrones, las cosas siguen igual que en tiempos de Ibargüengoitia.
Los leoneses todavía confunden lo grandioso con lo grandote y los cuevanenses aún se consuelan de sus miserias sintiéndose la Atenas de por aquí.
Si se mira bien, las cosas no tienen por qué cambiar. Los gringos siguen haciendo guerras, los chinos pirateándose todos los artículos imaginables y los mexicanos, pues bueno, ahí estamos. Tal vez seamos la raza que más entiende sobre la faz de la Tierra esta insignificancia nuestra tan implícita, tan absoluta y demoledora. Da lo mismo que se haga esto o aquello.
En algún tiempo fuimos guerreros, dominantes, amos del continente... todos han tenido su momento, ¿y de qué ha servido? Ayer España entregó su corona de campeón en el mundial de la peor manera imaginable, perdiendo de forma estrepitosa sus dos primeros encuentros en el mundial de Brasil. Casualmente ayer también abdicó el Rey Juan Carlos en favor de su hijo Felipe... minucias, coincidencias, naderías.
Hablando en términos donjuanistas -pero del Don Juan de Castaneda, por supuesto-, perder la importancia personal es lo mejor que nos puede suceder a los humanos. Yo he vivido en carne propia el desgaste impresionante que representa el creerse importante y no lo extraño en absoluto. Es cierto que el ego consume la mayor parte de nuestra energía y no nos deja nada disponible para lo que en verdad importa.
Acallar esa vocecita interior, tranquilizarla, domarla... eso que yo llamaba "el yo masturbado", y Castaneda en sus libros denomina "diálogo interior", parar el diálogo interno, dejar de bombardearnos incansablemente con diez mil pendejadas todo el tiempo... chaquetas mentales, dirían algunos; parar esa estupidez sin límites, bien podría ser uno de los objetivos primordiales en la vida de todo hombre, y pocos pueden preciarse de haber alcanzado semejante logro monumental.
Entonces puede uno comenzar a aprender, a escuchar el mundo que nos rodea ya sin tanto revoloteo en la cabeza. Podemos también empezar a reunir poder personal, la expresión de nuestra mirada cambia, nuestros actos se vuelven más fluidos, casi como por arte de magia los acontecimientos de la vida cotidiana se acomodan, y no por esto quiere decir que todo salga bien, al contrario, hay muchos obstáculos en el camino pero nuestra reacción es diferente, ya lo tomamos todo como un reto, como aprendizaje, desafío de conocimiento y temple ante la adversidad, contrario a las reacciones de frustración y derrotismo habituales.
Incluso los sueños cambian, toda la percepción se incrementa. Es posible, literalmente, ver lo que otros no ven. Ya no importa mucho morir o vivir, aprendemos a movernos de manera fluida hasta en los sueños, nos desplazamos con libertad absoluta a sitios inimaginables y ahí seguimos aprendiendo, surgen maestros de la nada, guías, señales; no es necesario interpretar nada, solamente confiar en nuestro poder personal, lo que don Juan y su grupo llamaban "impecabilidad".
Ser un guerrero impecable, que ha perdido su importancia personal y ha logrado acallar esa molesta vocecilla interior, es lo mejor que nos puede suceder a los humanos. En vez de ponerse a discutir si los libros de Castaneda son ficción o realidad, lo cual resulta irrelevante, los mexicanos deberíamos esforzarnos por recuperar esa identidad prehispánica de guerreros impecables, de brujos, hombres de conocimiento.
A mis casi 34 años, es lo mejor que ha podido ocurrirme en la vida. Complementado por mis otras experiencias en actividades de riesgo como el vuelo, negocios, poker, inversión, etc., la filosofía de Castaneda me ha otorgado la calma que necesitaba, el sosiego que nunca logró encontrar Pessoa (tal vez simplemente le faltaron unos pocos años de vida).