sábado, 11 de agosto de 2007

iluminaciones I

Es curiosa la sensación que se produce al ser consciente del propio envejecimiento. Un año más se fue, y yo, minuto a minuto, me vuelvo más consciente de mi lento pero constante camino hacia la tumba. Voy dándome cuenta, conforme pasa el tiempo, de los más pequeños e insignificantes giros de mi ser y de los otros. La rutina que antes tanto despreciaba, al igual que pasa con la mayoría de los hombres, empieza a convertirse en un refugio seguro. A pesar de que externamente pueda seguir pareciendo intrépido y aventurero por intentar nuevos negocios o volar en parapente, lo cierto es que yo cada vez estoy más fundido en mi rutina personal. De hecho creo que nunca fui muy diverso en mis actividades.. nadie lo es del todo, pues cada quien, a su manera, tiene sus pequeñas y valiosas rutinas que le mantienen a salvo del temido cambio. En fin, más que nada me refiero a la calma y serenidad que experimenta uno conforme pasa el tiempo y se apaciguan los ánimos de euforia juveniles. Es plácido contemplar este patrón hasta en Kazan, que tan tremendo fue de cachorro, o cualquier tipo de animal. No veo diferencias significativas entre el más ínfimo átomo del universo y yo. Pero si algo no ha cambiado mucho en el transcurso de estos años un tanto febriles es mi tendencia a experimentar pequeñas “iluminaciones” que, por lo general, terminan en una especie de llanto semi-controlado. A veces me ocurre esto al escuchar una canción o, más comúnmente, leyendo un fragmento o con alguna escena de película emotiva. Tampoco en esto soy diferente a la mayoría de los mortales. ¿Por qué seré tan ermitaño entonces, teniendo tanta empatía con el universo? No cabe duda que, a pesar de mi aparente ateísmo, soy un ser sumamente religioso.

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